Del lapsus ese que aconteció entre semana y semana y que dimos en llamar "al fin algo parecido a una luna de miel"

El lunes era feriado y él, que trabaja de lunes a sábado afuera y los domingo en la casa, anunció que se lo tomaba enterito. Ella pensó que estaba entendiendo muy mal y no lo tuvo demasiado en cuenta. De todos modos las hijas fueron despachadas debidamente, cada una a sus programas predilectos, con nocturnidad incluida y financiada. Por las dudas.
Ya el viernes al atardecer se notó que la cosa iba en serio. Además, anunciaban tormenta, o por lo menos, agua.

Con toda la casa para ellos solos, acamparon en el cuarto, usando la cocina como base de provisiones. Comieron verduras crudas y cocidas, tomaron mate a toda hora y ensalada de frutas por la tarde; abrieron las ventanas, desplegaron manteles y desparramaron casi diecisiete años juntos en dos días. También y ya que estaban, terminaron la quinta temporada de Lost y empezaron la sexta. Y cuando empezó la lluvia, supieron sin lugar a dudas, que era por el descalabro de rutina que estaban haciendo.
Al tercer día, cuando la mañana explotó iluminando lo que había hecho la lluvia durante la noche, él no pudo con su genio, y se escapó a la huerta a sacar yuyos. Ella soñó que se probaba zapatos y que organizaba caminatas de mujeres hasta el río. Cuando despertó, él le hablaba en inglés y le alcanzaba un vaso de licuado con naranjas y frutillas. Y entonces ella recordó que la pila de platos para lavar en la cocina debía ya estar superando los niveles permitidos. Y decidió poner manos a la obra inmediatamente.