No traigo un Yo de repuesto ni Recetas Salvavidas /Solo un Crónico lanzarme al Vacío

domingo, 29 de marzo de 2015

Una de cal, veinte de arena

Ya no me acuerdo en que momento de cual de todas las conversaciones que tuvimos con Anita por teléfono o por chat fue que me dijo eso. Hablamos sin parar todo el día. Y eso que su celular anda peor que pésimo.
Fue el miércoles. Un día de miércoles, literal.
Como yo estaba en casa y ella en el pueblo, le pedí que ayudara a Clara a buscar su celular, que misteriosamente desapareció durante la mañana, de su bolsillo, dentro del aula, en el colegio.
Anduvieron toda la tarde yendo y viniendo, bajo la llovizna, mensaje va, mensaje viene, preguntando, avisando, buscando.
Nada.
No quiero entrar en detalles, porque no corresponde y porque mucho pueblo chico infierno grande, y de esa prefiero alejarnos.
Solo decir que la pena es grande, y que nos hizo pensar mucho en miles de cosas. Nos dimos cuenta de que lo que agranda tanto la pena es saber que no se cayó por la calle, que no fue un desconocido en el colectivo, que no se lo robaron en una fiesta. Alguien cercano, un compañero, una persona que ve todos los días del año, seguramente por tres años más, eligió priorizar los valores equivocados.
El daño que causó, probablemente sin imaginarlo, fue grande. Por mil cosas.
A Clara le pegó tan mal que se engripó fuerte. Le pegó la traición, supongo. Y la bronca, porque para comprase ese celular, ella ahorró año y medio, no solo regalos de cumpleaños de sus tíos y padrinos, si no trabajando, repartiendo volantes bajo el rayo del sol, mientras sus amigas estaban durmiendo o en la pileta.
Obvio que tenemos todos muy claro que estamos hablando de un objeto material. Pero dos de los usos que le dabamos eran de suma importancia.
Para ella, porque con su cuestión de dispersión, se apoyaba mucho en el grupo de wapp del curso para hacer las tareas y estudiar. Posta.
Para mi, porque ella me lo prestaba para IG, y el ochenta por ciento de mis trabajos los consigo por esa via. Cagada.
En fin. Desde hace cuatro días, acá, todos, en familia, tratando de remontarla. Y para mi alegría, debo decir que con bastante éxito. Jugando al ajedrez, cocinando cosas ricas, ayudando en las tareas, juntando castañas, mirando películas, tomando echinacea y propoleo. Compartiendo, así, la vida.


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martes, 24 de marzo de 2015

El lado B de la lluvia

De las destrucciones y las catástrofes, y lo que estaba mal hecho y lo que se perdió, ya todos leyeron o escucharon.
De la humedad y el nuevo clima y los tomates que se pudren en sus plantas y los hongos que proliferan y hacen que las casas se parezcan más a El Holandés Errante de Davy Jones que a una construcción en las sierras cordobesas, y de las ropas que siguen mojadas después de una semana de estar colgando en la soga y los pelos que ya no sabemos cómo peinarnos, y las hierbas que no cosecho porque no voy a poder secarlas para conservar, no les conté ni les voy a contar.
Porque en lo que quiero centrarme ahora es en la belleza y en la alegría que también nos dejó el agua.
El mismo día de la famosa creciente que se llevó los corrales y tranqueras de las casas de enfrente, nos fuimos con él a otra parte del río, en medio de un bosquecito, pegado al colegio de su infancia. Ahí todo parecía otro mundo, alejado de las topadoras, del camión de bomberos, de la gente angustiada, de los mensajes y los noticieros. Ahí era todo calma y paz. Haber ido, aunque fuera un ratito corto, nos devolvió un poco el equilibrio y la perspectiva de las cosas.
Dos semanas más tarde,  en medio de una tarde de trabajo con un calor insoportable, hago una pausa, camino cuadra y media, y en mi eterno río seco que jamás tiene algo más que un hilito de agua, nado cincuenta brazadas ida y vuelta, ida y vuelta, sin poder creerlo. Al atardecer vuelvo, me encuentro con vecinos, compartimos mates. Desde casa, sigo trabajando y por la ventana escucho el ruido del agua mezclado con los niños jugando en la playita que se formó. Magia.
Más magia. Mucha magia.
El otro lado que siempre en necesario poder ver.







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lunes, 16 de marzo de 2015

Leche de coco y nuez y otras bebidas veraniegas

Pensaba sentarme a escribir largo y tendido pero una cosa fue llevando a la otra y como frutilla del postre la Diócesis de la zona decretó feriado por algo del Cura Brochero (gracias gracias gracias!) con lo cual la tengo acá al lado a Clara hablando sin parar y preguntándome cosa tras cosa y, no, la verdad es que tan pero tan multitasking se ve que no soy.
Aprovecho para saldar una vieja deuda, a ver si siguen interesadas.
Hace meses publiqué en IG una foto de la leche de coco y nuez que había hecho y varias me pidieron la receta. Es una excelente alternativa a la leche de almendras, que en Argentina están imposibles de caras. Incluso para personas como yo, que no nos gusta el coco, ya que el sabor queda camuflado por el de la nuez.
Lo primero, al igual que con cualquier leche vegetal, es dejar toda la noche en remojo las semillas que vamos a usar; en este caso las mezclamos con coco rallado. La medida  para obtener un litro de leche, es remojar cien gramos de semillas. En general, como no soy amante del coco, uso sesenta gramos de nueces peladas y cuarenta de coco rallado. Pero como tampoco soy amante de pelar y picar nueces de mi árbol, a veces hago cincuenta y cincuenta! Esto es variable y a gusto. Hay gente que la hace solo de coco!
A la mañana siguiente meto todo junto en la licuadora y licúo. Completo el litro de agua fría, y vuelvo a licuar. Acá hago un stop y aclaro que se supone que las nueces las debería haber remojado separado del coco y por la mañana enjuagarlas, porque las semillas largan algo que no es muy digerible, pero estoy en etapa de cuanto menos me complico mejor, así que lo hago como lo expliqué. El último paso, entonces, es colarlas con un paño tipo tela de pañal o lienzo fino. Lo que queda del colado se llama bagazo y les super recomiendo usarlo para hacer trufas, mezclandolo en la procesadora con dátiles o pasas, azúcar mascabo (integral), un poquito de aceite y cacao. Son una delicia! Para juntar más cantidad de bagazo, y que alcancen para todos, se puede guardar en el freezer en un tupper o bolsita hasta tener el resultado de por lo menos dos leches. Obvio que también lo pueden usar en budines, galletas o lo que gusten.
En casa la usamos para hacer licuados de banana o banana con cacao, o frambuesas y frutillas de la huerta. Una mañana me inspiré y lo mezclé con jugo de naranjas y ciruelas, quedó un especie de yogur líquido, extraño pero super rico! También la usamos para hacer postre de chía para el desayuno, pero eso lo dejamos para una próxima entrada.
Otra bebida que nos acompaña hace ya muchos veranos, es una limonada o naranjada, con agua o té helado, a la cual le agregamos un puñado de frambuesas. Si estamos recibiendo gente o simplemente queremos que la mesa esté divina porque si, le podemos agregar a la botella o jarra unas flores de caléndula, o sus pétalos. Si servimos con cuidado, no caen en los vasos, no molestan y quedan increíbles. Esa foto se las debo!
Espero que les gusten y las hagan mucho! Son opciones sanas y ricas y es bueno tenerlas siempre en casa!

[En casa casi todo se rescata y encuentra un buen uso: botellas de salsa orgánica corchos de vino= mesa divina]

 [Nueces + coco rallado a punto de ser remojadas]

[Leche de coco y nuez]

[Licuado de frutos rojos]
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jueves, 5 de marzo de 2015

Y un día, otra vez.

Se podría decir que me trajo el río; o que me dejó el agua, como a las ramas, las piedras y la arena.
Pero lo cierto es que no. Si me hubiera traído el río, estaría acá sin dudas, bien presente, porque a la fuerza del agua no hay quien se le oponga. Y yo en cambio estoy desde hace dos meses ya casi, dando vueltas entre relajada y culposa, tratando de escribir algo en este blog, y a pesar de todo lo tanto que nos pasó, sobre todo estos últimos días, sigo sin poder.
Bajo la música, la subo, la vuelvo a bajar.
Me hago el mate, me lo olvido, hiervo el agua, se enfría.
Me salva el lavarropas, que termina el lavado y me da una excusa contundente para levantarme y dejar de pensar.
Pero no dejo de pensar, al contrario. Los pensamientos, las ideas, las palabritas, todos a la vez; dos meses de acumulación, de redactar casi dormida en mi mente lo que después nunca escribí. Todo ahí, conmigo, me acompaña con la palangana hasta la soga y casi que junto a la ropa también cuelgo frases con los broches de colores, dadas vueltas, para que no las destiña el sol, que al fin salió.
Desde mi cama, cada noche, por la ventana abierta, se escucha el río. Un río distinto, con aguas que encontraron un cauce nuevo para transitar, y se llevaron a su paso todo lo que había, que en nuestro caso, no mio, si no mio y de mis vecinos, no fue grave. Por grave quiero decir gravísimo, como los que perdieron casa, autos, trabajo, o la vida. Nuestro río se llevó paisaje, corrales, árboles enteros, un vado y la posibilidad de cruzar. Nos dejó piedras impresionantes, pedazos de troncos que todos ya estamos codiciando para el invierno, gallinas refugiadas en los árboles y un asombro que no se nos va.
 Varias veces por día dejo lo que sea que esté haciendo y camino los metros que me separan de lo que antes era el cruce del río. Necesito verlo más. Necesito saber que sigue ahí. Mi río seco que ahora trae tanta agua.
Me quedo un ratito, parada, mirando, tratando de creerlo.
Cuando vuelvo, siempre algo me traigo; una rama, una piedra, una charla con los vecinos. Un motivo para empezar a escribir.

 [Un paisaje nuevo] 

 [Vado de Relinchos. Por acá se cruza al otro lado, donde vive gente que en este momento solo puede acceder a su casa a pie o a caballo.]

[Lo que se ve de río en esta foto era el jardín de una casa que no debería haberse construido tan cerca del río. Pero ese, claro, es otro tema.]

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