Anoche me hice un favorazo y me dejé lavadito el mate. Esta mañana me lo encontré en el escurridor bien limpito y reluciente y sin ese olor a yerba del día anterior que juntan los mates sin lavar. Un detalle, pero me lo agradecí a morir y me lo sigo agradeciendo ahora que lo tengo recién cebado al lado mio.
Ultimamente es tanto el cansancio que ni eso puedo hacer.
Si hablar de plata, o de su falta, es feito, hablar de cansancios ya me cansó. Y también se está tornando feo.
Muchas veces abro blogger y me lo quedo mirando un rato largo hasta que finalmente opto por no escribir nada que ni yo misma querría leer.
Porque cuando escribo que los manteles blancos, y el agua con jabón de las plantas, y las lechugas, me hicieron el día, es cierto. Es un instante en que así lo siento de verdad y no saben cuanto agradezco esos instantes. Pero lamentablemente están rodeados de otros miles de instantes de agotamiento extremo y de tener que seguir igual sin poder ver la salida, si es que la hay.
La semana pasada mi cuerpo volvió a decir basta y terminé con un miorrelajante que me transportó a flotar por las nubes durante 24hs (cómo se nota que nunca tomo nada!) para después volver a mi realidad otra vez.
Acá estoy.
Terminé las mantitas. Tejí seis y tres cuartos, todas de dos metros por uno, y cuando terminé me puse a tejer agarraderas porque la inercia de las manos fue más grande que el cansancio de mis hombros. Y porque otras cosas también. Porque enero se va y hay que aprovechar, porque la necesidad, porque ésto y porque lo otro. Porque agobia y pesa y porque instante de alegría cuando se venden y bla bla bla.
Y en realidad yo quería contar de tirarse a la pileta.
De literal y metafórico. De salir de la zona de confort con el cuerpo y después con la acción.
De hacer cosas que nos incomoden un poco, o mejor mucho. De sacudirse. Y así,
ensancharse.
Mi metáfora empezó muy literalmente hace unos días; no sé ni que día es hoy asi no me pidan exactitudes por favor.
Era el atardecer de uno de esos días de calor agobiante de antes de la tormenta y él estaba por pasar el limpiafondos por la pileta. Se me ocurrió en ese preciso momento, que nunca me había tirado de cabeza. Nunca fui a clases de natación. Aprendí a nadar sola y sin estilo definido en el Nautico de Olivos, porque amo el agua y siempre fue evidente que el medio acuático me era más natural que cualquier otro. Pero me quedé sin esos detalles tipo mortal para atrás, pecho, mariposa y demases que, por otro lado, nunca me fueron necesarios para sumergirme en la vida de manera totalmente normal.
La cosa es que ahora, con cuarenta y dos años me intrigó de pronto la idea de probar.
Me acerqué al borde de la pileta, me incliné, extendí los brazos...y sentí la enorme, con mayúsculas, sensación de NI EN PEDO! Abismo. Abismo total. Precipicio. Me caigo y me estrello contra la nada.
No me acordaba de lo irracional que podía llegar a ser a veces.
Después de diez minutos y ante la impaciencia de él, no sé cómo logré tirarme con un panzazo tal que debo haber vaciado media pileta. Igual las carcajadas valieron mucho la pena.
Probé tres veces más con resultados parecidos. Y chau.
Claramente no era el resultado lo que estaba buscando si no la experiencia. Qué se sentía. Desafiarme. Tirarme a la pileta. Literal.
Unos días más tarde llamaron para ver si Anita podía trabajar de moza en una cena show en un hotel de acá cerca y cómo ella ya tenía compromiso, me ofrecí yo.
No fue un impulso. Digamos que sabía que existía la posibilidad de que la llamaran, y sabía que ella no iba a poder. Lo venía rumiando. Podría haber contestado simplemente, no, Anita no puede, y listo. Pero era, no digo una amiga, porque la conozco hace poco, pero una persona super buena y con la que trato por otras cuestiones y tenemos una linda relación, y no quería dejarla en banda, y también, por qué no, otro desafío. Ser moza siempre me encantó, va con mi personalidad canceriana de atender, servir, preparar el lugar para recibir, etc. Pero hace veinte años que no lo hacía, y me daba como bastante nervio. Mucho nervio. Pero sacudirme era el tema asi que fui igual. Y no pasó nada. No me estrellé con ningún fondo. No me hundí, no me ahogué. Hice mi trabajo y me volví a mi casa cansada y feliz.
Claramente, acá tampoco era el resultado lo que estaba buscando. Aunque no voy a negar que necesitaba el dinero, sé que lo que me llevó a encontrarme con esa experiencia fue la posibilidad de explorarme y de conocer otras regiones mías que no puedo conocer si no me muevo.
Acá estoy.
Literal y metafórica.
Y me muevo. Pero para donde yo quiero.
Contra la corriente.
Soy un salmón.