Hace más o menos tres cuatro meses,
él discutió con su mejor amigo y no volvieron a hablarse más.
Fue casi por la misma época, en realidad un poco después, en que supimos que él y su mujer estaban, por fin, esperando su tan buscado primer hijo, y habíamos brindado el festejo con vino y limonadas en el último asado de mediados de otoño, un día de frío inesperado que ameritó improvisar ponchos y bufandas de emergencia para poder seguir con el plan de comer al aire libre.
Cuando se enojaron, decidí respetar su espacio y sus tiempos para resolver sus cosas, y esto implicó dejar de participar del cotidiano de esa panza que fue creciendo. Me perdí ecografías, antojos, listas de nombres, charlas de madres y todo lo demás.
No fue fácil; para nada. Hay seres que son parte de uno, que son familia, de esa que uno se va armando al transitar por la vida, sobre todo los que vivimos lejos de nuestros lugares de origen, y junto a ellos compartimos alegrías, tristezas, risas, problemas, en fin, el combo entero.
Hace poquito me enteré de que esperan un varón y me alegré doblemente porque los colores de la mantita que les había empezado a tejer, eran más que adecuados.
Como cada vez que estoy tejiendo algo, siempre presto atención a lo que me rodea, a mi entorno, a los sentimientos y mi humor de ese momento. Mientras tejía esta manta en particular, además de llenarla de tardes junto a la estufa, y otras bajo el damasco con los primeros solcitos de algo que pretendía ser primavera, pensé sin parar en la amistad, en los vínculos que uno va generando y en como cuidarlos. En como a veces dejar de ver a alguien duele y se extraña, y en cambio otras, sucede con tanta facilidad y sin que cueste, que te hace ver que esa relación no aportaba nada. Ni a uno, ni al otro, ni al mundo. Y dejarla ir era correcto.
Para hacer esta manta de bebé, me salí de lo tradicional, y pensé en los papas, más que en el hijo. La visualicé, no tanto en una cuna, celeste y con tonos pastel, si no en un futuro, como pie de cama en su cuarto; o en el pasto y con los juguetes en esa etapa en la que aguantan veinte minutos entretnidos y nos podemos sentar a tomar un mate junto a él al sol; o envolviéndolo y acunándolo en esas noches de poco sueño que demasiado lento se convierten en madrugadas insomnes.
Al tejer esta manta imaginé, más que una mantita de bebé, un vinculo entre una madre y su primer hijo; un reconocimiento de la maternidad en una mujer; un aprendizaje de esas cosas que sabemos por naturaleza muy profundo, pero que debemos ir descubriendo junto a nuestros hijos, día a día, noche anoche, toda la vida.
Y al tejerla, también pensé en el momento de ser entregada.
Para hacerlo iba a ser inevitable algún tipo de contacto. Pensé en
él, que me había visto tejerla sin decir nada, sabiendo para quien era y aceptando en silencio. Pensé que tal vez no estaba escuchando lo que
él, claro, no
decía, y pasaba por encima de sus sentimientos. Pensé en como me sentiría yo en su lugar.
Decidí esperar, un poco más.
Aunque esta entrada está escrita y en espera de las fotos hace un par de semanas, las magias tienen sus tiempos propios.
Recién me llamó
él para contarme que hablaron. Que ya está. Que resolvieron. Estaba contento. Feliz. En paz.
Mañana nos vemos. Los cuatro.
La mantita está lista.
Nosotros también.