De entre los millones de trámites que me veo obligada a hacer ultimamente, la semana pasada hubo uno que implicó esperar sentada en una silla a que nos atendiera la nueva kinesióloga de mi hija.
La silla, incomoda. El lugar, aburrido. Él, a mi lado, hojeando una revista. Hija, enfrente, embolada. Yo, más. El tiempo, demasiado lento.
A mi izquierda, un ropero medio antiguo, y sobre la parte de arriba, macetas con plantas. Las estuve mirando un rato hasta que mi cerebro, luego de escanear la situación, detectó la que me faltaba en casa y se podía hacer de gajo. Con un simple estirar el brazo, corté una puntita y la guardé en la canasta del tejido. Los ojos de Clara de agrandaron como platos. No me queda claro si le di extrema vergüenza, asombro, o una mezcla de ambas cosas. Probablemente pensó que lo que hice es plenamente incorrecto. Para mi, nada más natural que reproducir la flora y la botánica y contribuir a su dispersión por el planeta.
Digamos que lo hice por oxigenar los aires. Y embellecer mi casa, claro.

La silla, incomoda. El lugar, aburrido. Él, a mi lado, hojeando una revista. Hija, enfrente, embolada. Yo, más. El tiempo, demasiado lento.
A mi izquierda, un ropero medio antiguo, y sobre la parte de arriba, macetas con plantas. Las estuve mirando un rato hasta que mi cerebro, luego de escanear la situación, detectó la que me faltaba en casa y se podía hacer de gajo. Con un simple estirar el brazo, corté una puntita y la guardé en la canasta del tejido. Los ojos de Clara de agrandaron como platos. No me queda claro si le di extrema vergüenza, asombro, o una mezcla de ambas cosas. Probablemente pensó que lo que hice es plenamente incorrecto. Para mi, nada más natural que reproducir la flora y la botánica y contribuir a su dispersión por el planeta.
Digamos que lo hice por oxigenar los aires. Y embellecer mi casa, claro.
