No puedo
escribir.
Descubrí que
fuera de casa, sin mi escritorio, sin mis ruidos, sin mis mañanas completamente sola, y, sobre todo,
sin internet, no puedo. Hace días que
dije, bueno, escribo en un Word y después lo paso. Pero nada. No me sirve. Me
falta todo lo otro.
Además me
rodea el desorden inevitable de estar acampando dentro del living de la casa
de alguien, en esta ocasión mi madre.
Bolsos,
zapatillas, cajas, palangana, cucha de la perra, todo muy glam lo mio.
Cada mañana
me levanto y ese rato sola desde que él se va a trabajar hasta que los demás se
despiertan, lo paso acomodando todo para tener algún mínimo sentido de esa paz
que solo se obtiene de un lugar ordenado.
Después me
tiro en mi colchón emprolijado, con las ventanas abiertas a escondidas, porque si las ve madre no para con el dengue hasta la medianoche, con mi
mate y con Serafina, y leo sin pausa todos los libros de Katzenbach de la
biblioteca que me entran en los ojos.
Porque
después de todo es febrero, el año me dio duro y sin tregua, el que comienza
viene incierto, y algún mínimo sentido de vacación necesito regalarme. Como
para poder sostener la cordura. Una pequeña cordura dentro mío.
